Cuando escuchamos hablar de “Escherichia coli”, lo habitual es pensar en infecciones intestinales, alertas alimentarias y brotes epidémicos. Pero esta bacteria, lejos de ser siempre una amenaza, es en realidad una de las habitantes habituales de nuestro microbioma intestinal.
Y es que como ocurre a menudo con los microorganismos, el contexto es clave.
Existen muchas cepas diferentes de E. coli, y mientras algunas pueden causar enfermedades, la mayoría coexiste con nosotros en armonía e incluso cumple funciones beneficiosas.
En este artículo vamos a desmontar mitos, entender su diversidad y aprender por qué E. coli no merece ser vista solo como una bacteria que provoca problemas de salud.
¿Qué es E. coli?
Escherichia coli es una una bacteria que tiene una envoltura externa especial (llamada gram negativa) y que puede vivir tanto con oxígeno como sin él (lo que la convierte en anaerobia facultativa) y vive de forma natural en el intestino de los seres humanos y de muchos animales de sangre caliente.
Fue descubierta a finales del siglo XIX por el pediatra austriaco Theodor Escherich, quien ya intuía su papel en la salud intestinal.
Aunque suele representar una pequeña proporción del microbioma intestinal adulto, su presencia es constante y significativa, especialmente en las primeras etapas de la vida.
Un universo de cepas
Pero vamos con lo importante. No todas las E. coli son iguales. De hecho, existen cientos de cepas distintas, clasificadas por sus antígenos (pequeñas estructuras o moléculas presentes en la superficie de las bacterias y que sirven para identificarlas).
Algunas cepas son inofensivas y cumplen funciones beneficiosas; otras, sin embargo, han adquirido genes de virulencia que las convierten en patógenos oportunistas o incluso en peligros reales para la salud.
Entre las cepas patógenas más conocidas están:
- Algunas cepas que pueden producir toxinas peligrosas y causar enfermedades graves. Por ejemplo, una variante llamada O157:H7 relacionada con intoxicaciones alimentarias severas.
- Otras están asociadas a diarreas en bebés y niños pequeños, especialmente en lugares con poco acceso a agua potable o saneamiento, como ocurre con la cepa EPEC (enteropatógena), que puede afectar la salud intestinal de los más vulnerables.
- También existen algunas que causan la famosa «diarrea del viajero», habitual al visitar países con una deficiente calidad de agua o higiene. Un ejemplo es la cepa ETEC (enterotoxigénica), que produce toxinas que alteran el funcionamiento del intestino y provocan diarrea acuosa.
- Finalmente, algunas pueden viajar desde el intestino hasta las vías urinarias, causando infecciones urinarias, sobre todo en mujeres.
Cada una de estas variantes tiene mecanismos específicos de patogenicidad, desde la producción de toxinas hasta la capacidad de adherirse e invadir tejidos.
Funciones en el microbioma intestinal de E. coli
Pero aunque E. coli no es una de las especies más abundantes del intestino, desempeña un papel relevante.
De hecho, en los primeros días de vida, es una de las primeras colonizadoras del intestino del bebé, participando en la maduración del sistema inmunitario y ayudando a establecer un ecosistema microbiano equilibrado.
E. coli también contribuye a la producción de vitamina K2, esencial para la coagulación sanguínea y la salud ósea.
Además, compite con microorganismos potencialmente patógenos, lo que ayuda a mantener un entorno intestinal saludable.
Así que en contextos de diversidad microbiana adecuada, su presencia está en equilibrio con otras especies, facilitando incluso procesos de cross-feeding o alimentación cruzada entre bacterias.
El concepto cross-feeding hace referencia a como algunas bacterias producen sustancias que otras utilizan como alimento, creando asu na red de cooperación que beneficia al equilibrio del ecosistema intestinal.
¿Cuándo y por qué puede ser peligrosa?
El problema con E. coli surge cuando ciertas cepas adquieren factores de virulencia.
En contextos de disbiosis intestinal, inmunosupresión o tras exposiciones a cepas externas (por alimentos contaminados, agua no potable o falta de higiene), E. coli puede volverse patógena.
En infecciones urinarias, por ejemplo, las cepas UPEC son capaces de ascender por la uretra y colonizar la vejiga.
En niños pequeños o personas vulnerables, cepas como la O157:H7 pueden desencadenar cuadros graves.
Sin embargo, es importante entender que estos escenarios representan una minoría de casos frente a la convivencia habitual y beneficiosa de la mayoría de cepas.
El doble filo de un mismo microbio
Uno de los grandes aprendizajes que podemos obtener de E. coli, es que esta bacteria nos muestra cómo una misma especie puede comportarse de forma simbiótica o patógena según el contexto.
Demonizarla por completo es tan erróneo como ignorar su potencial patógeno. Lo más importante es comprender que nuestra relación con los microbios es compleja y modulada por factores como la dieta, el entorno, el sistema inmune y el estado del microbioma en general.
En resumen
E. coli es un buen ejemplo de lo que significa vivir en simbiosis con nuestros microorganismos. Su presencia habitual no solo es normal, sino necesaria. Pero cuando el equilibrio se rompe o una cepa patógena entra en escena, pueden surgir problemas.
Aprender a distinguir entre estos matices no solo mejora nuestra comprensión del microbioma, sino que nos ayuda a tomar decisiones más informadas sobre nuestra salud.
Porque en el mundo microbiano, como en la vida, nada es blanco o negro: todo depende del contexto.
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